Por César Hildebrandt:
Siento que me repito. ¿O es el país el que se repite?
Cronista del atasco, narrador del impasse permanente, siento que cada semana digo lo mismo obtener lo mismo: nada.
El país está a la deriva en medio de una gran crisis internacional.
El país está en manos de una izquierda informal que parece haber lotizado para propósitos dignos de un juzgado de guardia.
Pero la derecha sin ideas tampoco es la solución. Porque la derecha hace décadas que dejó de pensar.
En resumen, parecemos atrapados y exhaustos. De un lado están el gobierno y sus parásitos burócratas sin méritos, prosistas de medio pelo, voraces de los bajos fondos. Todo hiede en este régimen que, encima, cree tener derecho a convocar un “momento constituyente”. Del otro lado, está la derecha multiforme y monótona con el discurso de toda la vida: que todo simule cambiar, que nada cambie, que la eternidad nos acompañe. Es decir, el gatopardismo en boca de Erasmo Wong. Si la izquierda es de museo y por eso admira a Cuba y no se avergüenza de Venezuela o Nicaragua, la derecha cree que la doctrina Monroe tiene que ver con la actriz suicida y que Fujimori fue “el mejor presidente”.
El asunto es de donde sacamos al personaje de centro que entre a la sala de máquinas, eche andar los motores, suba a la cabina de mando y ordene el rumbo.
¿Dónde está ese personaje, hombre o mujer, que nos proponga una salida equilibrada?
No existe por ahora. Pero es urgente tenerlo, es urgente inventarlo, es urgente crearlo. No debería salir de los partidos menoscabados todos ellos por la corrupción y los intereses creados, sino de la sociedad civil, de la decencia, de la buena fe, del patriotismo. Si no somos capaces de producir un líder que gestione tanta molestia y conciba soluciones justas sin patear todos los tableros, entonces es que merecemos esta suerte.
Ese personaje debe creer en el mercado, pero no puede endiosar al mercado. Debe creer en el Estado, pero no puede querer un Estado gigante que nos amenace con sus gastos inflados y sus aventuras empresariales. Debe creer en la inversión privada, pero no debe mirarla de rodillas. Debe creer en la minería, pero debe exigirle métodos respetuosos del medio ambiente y un pago de impuestos proporcional a sus ganancias. Debe creer en que un mundo mejor es posible y, por lo tanto, no debe ser fiel y seguro servidor de le embajada estadounidense.
Ese personaje, en suma, debe ser alguien que arbitre con justicia el conflicto social que nos agobia. Ese personaje debe amar el orden, pero no la imposición brutal. Debe respetar la expresión popular, pero no debe tolerar los desmanes de la turba ni lo excesos de quien exacerban las crisis para producir el caos y la parálisis. Ese personaje, sobre todo0, debe nacer del compromiso y de la absoluta honestidad. Y debe plantearse que la lucha contra la corrupción será larga, pero habrá que ganarla. Porque en este terreno no tenemos alternativa o derrotamos a la corrupción que todo lo pudre o la corrupción nos devorará.
La derrota de la corrupción pasa por un cambio profundo en el poder judicial y por el cambio de las leyes que permiten ahora que las sentencias prevaricadoras no impliquen la cárcel para quien las fabrica. Cuando podamos encarcelar rápidamente a los jueces y fiscales cómplice de la corrupción, entonces habremos dado un gran paso.
Hay gente que cree que Dios tiene una camiseta blanquirroja en su vestuario. Quisiera tener ese optimismo. Modestamente, estoy convencido de que corremos el riesgo de ser un estado fallido, una sociedad frustrada, un proyecto nacional tirado a la cuneta. Nuestros desencuentros nos minan, las tribus que somos no aspiran al dialogo sino a la destrucción del otro, muchas de nuestras ciudades están a merced del crimen, la descentralización ha sido un fracaso después de ahogarse en la rapiña, y la, limeñidad encumbrada sueña con largarse del país.
¡Qué somos entonces? Somos –intento responder- un país demográficamente mediano, económicamente insignificante, que tuvo que elegir a un analfabeto funcional para no caer en manos de la cabecilla de una mafia vasta en crímenes y experta en latrocinios. Eso somos, y ahora comprobamos que la opción que elegimos para evitar la mugre está sumergida igualmente en lodo y picaresca. Y viene una gran crisis y no hay piloto ni norte ni brújula siquiera.
Es un gesto de locura seguir viviendo esta farsa. Lo diré cada viernes si es necesario.