El grito de la sed: cuando el cristal de la vida se vuelve espejismo

Por Emerson Jara Silva

En el corazón de Huaral, donde el río Chancay canta una melodía de abundancia, la garganta de su gente se agrieta bajo el peso de una ironía cruel, mientras la naturaleza desborda su generosidad, la mano del hombre —atrapada en laberintos de papel y burocracia— ha decidido cerrar el grifo de la esperanza.

​La Navidad, que debería ser un oasis de luz y limpieza espiritual, se transformó este año en un desierto de indignación. El agua, ese derecho elemental que fluye como sangre por las venas de la tierra, ha sido secuestrada por la inoperancia.

​​Resulta un misterio filosófico y una tragedia técnica cómo, tras ocho años de promesas bajo el manto del OTASS, la solución propuesta sea el retroceso. Nos hablan de «reflotar», pero el pueblo siente que se hunde en el polvo de los años setenta.

¿Cómo puede la ley pretender saciar la sed con cisternas cuando la ingeniería debería estar construyendo reservorios?

​El gerente, un hombre de leyes en un mundo que clama por flujos y presiones, confiesa el fallo de su plan. Pero el fallo no es solo una logística de camiones; es el fallo de una visión que mira el agua como una cifra contable y no como el pulso vital de una comunidad. En tal virtud, ​»La política que ignora la necesidad básica se convierte en un eco vacío; no se puede gobernar la sed con decretos, se gobierna con obras que honren la dignidad del hombre.»

​​Mientras el agua del río corre libre hacia el mar, perdiéndose en el horizonte, los ciudadanos ven cómo se escapa también el tiempo bajo un régimen que se dice «transitorio» pero que parece eterno. Ocho años son un siglo cuando no se tiene con qué lavar el rostro de un hijo o refrescar el calor de la injusticia.

​La sospecha se instala en el silencio de los grifos secos: ¿Es la ineficiencia un error, o es la permanencia en el cargo el verdadero objetivo? La ausencia de control es el caldo de cultivo donde la esperanza se pudre.

​Finalmente, ​el agua tiene memoria, y el pueblo también. El grito de «¡Fuera OTASS!» no es solo un reclamo administrativo; es el despertar de una provincia que se niega a vivir de rodillas ante un tanque de agua. Es la exigencia de devolver la soberanía de lo esencial a quienes realmente la cuidan.

​»Quien controla el agua, controla la vida; pero quien niega el agua, despierta el espíritu de la justicia que ningún desierto puede apagar.»

​Huaral no pide milagros, exige el retorno de la lógica y el respeto. Porque la sed, cuando es compartida por miles, se convierte en el fuego que purifica las instituciones.

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