Por José Ramos Casazola:
El día de ayer (viernes) asesinaron a un joven en Huaral, lo acribillaron con 11 balazos, estuvo tirado en la pista a la espera del fiscal.
A través de una página del facebook, vi, el instante preciso, en que su madre trata de acercarse al cuerpo inerte de su hijo, que yace sobre el asfalto, el desgarrador grito de esa madre me conmovió tanto, que no pude seguir viendo la noticia, mis ojos estaban llenos de lágrimas, era un grito que expresaba un dolor infinito, un llanto conmovedor, estremecedor, lacerante, descorazonador, algo absolutamente inefable; entonces comprendí, más que nunca, el verso de Vallejo: «Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡yo no sé! Golpes como del odio de Dios, como si ante ellos, la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma. ¡yo no sé!».
Siento una inmensa compasión por el dolor de esa madre, por ese golpe tan espantoso que el destino cruel le ha infligido; porque perder un hijo, ya es un hecho ominoso y aboninable, en si mismo, pero verlo yacente en la pista acribillado y sin poder abrazarlo, es sencillamente aterrador e inmensamente doloroso y es que la muerte de un hijo, va contra la naturaleza, ya que, son los hijos quienes deben enterrar a los padres, no los padres a los hijos.
Cuando un hijo pierde una madre se le llama huerfano, cuando un hombre pierde a su esposa se le llama viudo, pero como será de terrible el hecho de perder a un hijo, que los padres que tiene la desgracia de ver morir a un hijo, no tienen en el idioma palabras para ser denominados.
Michel de Montaigne nos cuenta, en sus ensayos, la historia de Psamenito, rey de Egipto, habiendo sido derrotado y hecho prisionero por Cambises, rey de Persia, y viendo junto a él a su hija, también prisionera y convertida en sirviente a quien se enviaba a buscar agua, todos los amigos del rey lloraban y se lamentaban en su derredor mientras él permanecía quedo sin decir palabra, y con los ojos fijos en la tierra;
viendo en aquel momento que conducían a su hijo a la muerte, mantúvose en igual disposición, pero habiendo observado que uno de sus amigos iba entre los cautivos, empezó a golpearse la cabeza a dejarse ganar por la desolación.
Cambises, informándose de por qué Psamenito no se había conmovido ante la desgracia de su hijo ni la de su hija, sufrió dolor tal al ver la de uno de sus amigos: «Es, respondió, que sólo el último dolor ha podido significarse en lágrimas; los dos primeros sobrepasaron con mucho todo medio de expresión.»
A veces es tanto el dolor, que ya no se puedes expresar ni siquiera con llanto.
Los que han perdido prematuramente a su hijo, jamás vuelven a ser los mismos.
No conozco a esa madre, pero me conmuevo ante su dolor y desde ayer no dejo de pensar en ella, que la misericordia infinita de Dios, mitigue, en algo, su inmensa pena, te expreso mis más profundas y sentidas condolencias.